CRÍTICA – ‘Recuerdos prestados, memorias comunes’, de Ana López

“Cada vez hay más tinta haciendo rastros en las sombras del cine”, apunta el escritor y gestor cultural Julián David Correa, refiriéndose al oficio de la crítica cinematográfica en nuestro país, y sentencia: “Colombia es un país complejo donde corre mucha sangre y mucha tinta, pero por lo menos esta tinta no ha corrido en vano.”

Como parte de la alianza que hemos establecido este año con la Corporación Cinéfagos, desde FilMedellín compartimos de manera inédita una serie de reseñas realizadas por estudiantes de la Escuela de Crítica de Cine de Medellín, a propósito de las cortometrajes que se exhibirán este mes de noviembre en las funciones especiales del ciclo ‘Buscando Tréboles’ en La Pascasia. 


«Sobre cómo fortalecer la empatía»

Crítica de ‘Recuerdos prestados, memorias comunes’, de Ana López
Por: Sebastián Rodríguez Estrada

Es casi imposible, mientras se está viendo este cortometraje, no hacer el ejercicio de recordar de forma personal mi experiencia de conocer el mar por primera vez. Me tomé unos minutos en concretar una imagen sobre el cómo o cuándo. Han pasado casi quince años, pero sin lugar a duda, algunas expresiones son recurrentes o similares que las de aquellos testimonios con los que se viaja en compañía en este corto: Los mismos términos de inmensidad, de familia, la primera vez, el viento o la sal.

Es increíble la capacidad que tenemos los seres humanos como individuos de tener tantas particularidades y al mismo tiempo experimentar sensaciones y sentimientos casi idénticos con los demás, vivir experiencias similares, tener los mismos sueños y hasta compartir recuerdos análogos.  Con tal dualidad, mostramos interés, escuchamos a alguien o damos importancia a los testimonios de los demás en un ejercicio de empatía que practicamos sin posiblemente darnos cuenta y de donde se desprende en muchas ocasiones la construcción de nuestra propia identidad.

El cortometraje documental Recuerdos prestados memorias comunes (2021) es dirigido por Ana María López y producido por Artesana Films y este hace un repaso de los recuerdos de ocho desconocidos, de diferentes antecedentes y edades, para poner a prueba sus memorias y compartir sus historias en torno a la primera vez que conocieron el mar y lo que significa para ellos. Como menciona la misma Ana María, esta es una pieza provocadora, donde no hace falta ni siquiera los nombres o las caras de los dueños de los relatos, ellos podrían ser nuestros tíos o abuelas, la señora de la tienda, el profesor de preescolar o el médico familiar. Además, hay otro recurso igual de poderoso acompañando estos relatos y son esas imágenes presentadas por su directora, igual de provocadoras, donde no importa a quién pertenecen o de que época son, pero sirven como un puñal de nostalgia al corazón. Son imágenes color sepia, sucias e incompletas, como las de la playa, por ejemplo, tan parecidas a las memorias mismas. Para algunos de los participantes, es la oportunidad de reflexionar sobre sus recuerdos por primera vez y asociarlos a algo tangible, mientras que, para otros, han pasados tantos años y experiencias y la memoria ha ido y venido tantas veces que se ven obligados a contar relatos incompletos que abren paso a la necesidad de soportarlas con imágenes para estructurar, imágenes que podrían ser nuestras, nos percibimos a nosotros.

Por supuesto, hay una explicación fisiológica de los recuerdos y nuestras experiencias con diferentes teorías y trabajos científicos intentando dar sentido a el funcionamiento de la memoria, por ejemplo. Pero probablemente es más complejo que eso, es decir, ¿Cómo explicar que el cerebro se engaña a sí mismo? Barriendo, solidificando, olvidando y por eso los recuerdos son como nosotros mismos o nuestra identidad, son dinámicos, evolucionan en el tiempo, contradictorios, son manieristas e, incluso, los acomodamos en pro de nuestros intereses.

Este ejercicio audiovisual es un esfuerzo certero y claro del objetivo que se plantea, es exitoso al poner a prueba el territorio personal de unas memorias ajenas y lograr compartirlas, pero sobre todo, en exigirnos a nosotros mismos hacer el ejercicio de búsqueda en nuestros propios pasajes, obliga a ser un ejercicio mental que muchas veces damos por sentado al tiempo que exploramos los de los testimonios de los demás como si fuesen nuestros, tratando de acomodarnos a ellos y que dan fe posiblemente de una empatía que parece que es más necesaria que nunca.


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