CRÍTICA – ‘Carta al papá’, de Hernán D. Arango S.
“Cada vez hay más tinta haciendo rastros en las sombras del cine”, apunta el escritor y gestor cultural Julián David Correa, refiriéndose al oficio de la crítica cinematográfica en nuestro país, y sentencia: “Colombia es un país complejo donde corre mucha sangre y mucha tinta, pero por lo menos esta tinta no ha corrido en vano.”
Como parte de la alianza que hemos establecido este año con la Corporación Cinéfagos, desde FilMedellín compartimos de manera inédita una serie de reseñas realizadas por estudiantes de la Escuela de Crítica de Cine de Medellín, a propósito de las cortometrajes que se exhibirán este mes de noviembre en las funciones especiales del ciclo ‘Buscando Tréboles’ en La Pascasia.
«Mutaciones de la memoria»
Crítica de ‘Carta al papá’, de Hernán D. Arango S.
Por: Alejandra Uribe Fernández
La memoria, a pesar de su natural vulnerabilidad frente a las distorsiones, es una de las principales facultades sobre las cuales edificamos nuestras vidas. Quizá por esta tendencia que tienen los recuerdos para cambiar de forma, se hace necesario sacarlos de las recónditas bodegas en donde se esconden, plasmarlos y así salvarlos –por lo menos por un instante– de lo inevitable: que muten, que usen cada vez nuevos disfraces y que, finalmente, se esfumen en el olvido.
Las palabras son la materia prima con las que el realizador Hernán D. Arango rescata, en el cortometraje Carta al papá (2021), un momento de juventud que el narrador vivió con su padre, un intento de asalto armado en la carnicería en la que ambos trabajaban: un evento que, en pocos minutos, los volvería cómplices “de una manera extraña pero profunda”.
Si bien el título es escueto al aclarar que se trata de una carta, el desarrollo trasciende el formato epistolar gracias a la flexibilidad de su naturaleza como video ensayo. La sucesión de imágenes, precedidas por sonidos de lluvia y de autos; las pausas, los movimientos de la cámara y las posibilidades de la postproducción hacen que Carta al papá no sea solo una carta, así como tampoco es solo un video. El cortometraje de Arango es un texto que transita entre dimensiones escritas, visuales y sonoras para intentar materializar y definir los bordes inherentemente difusos de la memoria.
La voz del hijo es el hilo conductor: a través de ella lo conocemos a él mismo y a sus ojos observadores; así como al padre, sus hábitos, tenacidad y enérgico andar. Los planos, por otro lado, podrían hablarnos de un tercer personaje que, en cierto sentido, también se constituye como una representación –si bien simbólica– de la idea de la paternidad: un pueblo que ha sido el telón de fondo de las andanzas familiares y, por ende, proveedor de oportunidades, experiencias y caminos; estos últimos, en un sentido no solo literal.
La primera secuencia destaca por su austeridad: planos en los que no vemos ninguna presencia humana, colores sombríos y una lluvia constante que, eventualmente, cesa para permitir que tanto personajes como cortometraje puedan salir a andar.
Y es ahí, en el movimiento, que nace el caos. Los colores neutros dan paso de manera abrupta a una explosión de color originada por la superposición de planos. La fusión que se crea entre ellos comienza justamente en el momento en que la voz empieza a narrar ese evento clave en la carnicería. Los colores en los que con dificultad encontramos formas distinguibles son, efectivamente, distorsión pura. Poco importa si ésta es una representación del pánico, del torbellino de emociones que los protagonistas intentaban sortear durante el asalto o, sencillamente, de la naturaleza de las mutaciones del recuerdo como tal.
Finalizado el recuerdo, el trayecto se toma una pausa, transitoria o definitiva. El padre observa desde un mirador en una colina al pueblo, mientras que el narrador concluye que realmente ese recuerdo, al no haber dejado como resultado víctimas, de cierta forma no ocurrió. Y mientras la imagen recobra su calidad realista y austera, nos preguntamos entonces cómo navegar la memoria, qué hacer con los recuerdos y cómo vivir con las huellas que estos nos dejan.