CRÍTICA – ‘Mi vecino Hidalgo’, de Camilo Botero y Natalia Gil.
“Cada vez hay más tinta haciendo rastros en las sombras del cine”, apunta el escritor y gestor cultural Julián David Correa, refiriéndose al oficio de la crítica cinematográfica en nuestro país, y sentencia: “Colombia es un país complejo donde corre mucha sangre y mucha tinta, pero por lo menos esta tinta no ha corrido en vano.”
Como parte de la alianza que hemos establecido este año con la Corporación Cinéfagos, desde FilMedellín compartimos de manera inédita una serie de reseñas realizadas por estudiantes de la Escuela de Crítica de Cine de Medellín, a propósito de las cortometrajes que se exhibirán este mes de noviembre en las funciones especiales del ciclo ‘Buscando Tréboles’ en La Pascasia.
«La lectura como creación»
Crítica de ‘Mi vecino Hidalgo‘, de Camilo Botero y Natalia Gil
Por: Alejandro Santos Gómez
“Y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el cerebro.”
Mi vecino Hidalgo (2021) es una adaptación sin grandes pretensiones de Don Quijote de la Mancha, que capta en parte la esencia del clásico cervantino, al tiempo que esboza una punzante reflexión sobre el género documental. Con ello, el cortometraje de Camilo Botero y Natalia Gil se inserta en una tradición avasallante de la cual no puede desmarcarse.
El primer tomo del Quijote fue publicado en 1605 y las apropiaciones por parte de otros autores no esperaron siquiera al segundo tomo. En 1614 salió el Quijote apócrifo de Avellaneda, a quien debemos el que Cervantes se haya afanado por escribir en pocos meses la auténtica conclusión de este relato.
Desde entonces han transcurrido más de 400 años en los que el ingenioso hidalgo y su escudero vienen emprendiendo nuevos viajes hacia diferentes artes. El cine no ha sido ajeno a dicho periplo. Contar todas las adaptaciones del Quijote a las pantallas grande y chica sería tan disparatado como acometer lanza en ristre contra un molino.
Pero al pasar revista por aquellas que destaca la crítica entre ese enorme acervo, resulta curioso comprobar que la mayoría no se apegan al contenido de la novela. En cambio, toman de ella aspectos sustanciales para elaborar interpretaciones libres, que expresan una decidida voluntad por expandir, distorsionar e incluso destruir el referente original. Don Quichotte (1933) de Wilhelm Pabst, Don Kikhot (1957) de Grigori Kozintsev, Don quijote de Orson Welles (1992), la igualmente maldita empresa de Terry Gilliam con El hombre que mató a Don Quijote (2018) y Un tal Alonso Quijano de Libia Stella Gómez, son algunos títulos que se alejan de una idea de adaptación subordinada a la fidelidad.
Frente a sus antecesores, Mi vecino Hidalgo podría parecer una aproximación tímida. Y, en efecto, solo se ocupa de adaptar la primera salida del maltrecho caballero, por lo cual sería un desatino juzgarlo con el peso de la obra completa. Aunque no se queda atrás en explorar la ambigüedad entre realidad y ficción que la atraviesa hasta la muerte de Alonso Quijano.
El parco documental de Botero y Gil narra en tres momentos la hazaña de un joven campesino que intenta sin éxito montar a un caballo, mientras llega otro campesino mayor en edad y experiencia para ayudarlo. Así, después de varios lances frustrados, el joven se retira alegre sobre el rocín, seguido a pie por su acompañante.
Estas viñetas bucólicas, grabadas desde una lejanía voyerista que únicamente permite escuchar los sonidos del campo, adquieren otro carácter con la irrupción de unos subtítulos silentes donde se reescriben fragmentos de la novela. A partir de su lectura, que corre por cuenta de cada espectador, los personajes se transfiguran en versiones locales del Hidalgo, Sancho y Rocinante.
La esencia de Don Quijote se encuentra en ese simple e irónico gesto, ya que con él los adaptadores muestran el poder transformador de la letra escrita, involucrando forzosamente al espectador en un acto creativo. De tal modo que nos es imposible separar la realidad vista de las imaginerías sugeridas por el texto.
Al plantear el cortometraje como un documental se produce un quiebre notable, pues si la realidad misma pasa a ser considerada una creación de cineastas y espectadores, queda en duda la pretensión de veracidad absoluta que todavía algunos esperan o le atribuyen al género.
Lo anterior evidencia una comprensión global de la obra cervantina, necesaria para cualquier tipo de adaptación, sea esta fiel o traicionera. Sin embargo, lo más quijotesco de Mi vecino Hidalgo es su condición de búsqueda fallida. Pese a las virtudes del cortometraje, Botero y Gil no logran consolidar una propuesta que haga justicia a la novela, ni tampoco que se distancie del original en aras de una visión y estilo propios como los de Pabst, Welles y Gilliam.
Quizás en cuanto sueño desencantado, Mi vecino Hidalgo se acerque más a las primeras apariciones del Quijote y Sancho en celuloide… cuando el cine carecía de sonido y metraje suficiente para narrar las inmortales aventuras de la dupla manchega.
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